Cuando se acercaba el cumpleaños de María, una joven de 18 años, comenzó a sentir una creciente ansiedad. A pesar de que normalmente era una persona alegre y sociable, la idea de celebrar su cumpleaños con amigos la llenaba de temor. Su razón era la baja autoestima causada por una condición que le había afectado desde su nacimiento. María tenía una malformación facial que, aunque no le causaba dolor, la había llevado a someterse a múltiples cirugías correctivas a lo largo de su vida.
La joven, a pesar de las mejoras en su apariencia, seguía sintiéndose insegura. Le resultaba difícil enfrentar las miradas y comentarios de las personas, incluso de sus amigos más cercanos. La proximidad de su cumpleaños la llenaba de ansiedad, ya que temía que las celebraciones pusieran aún más en evidencia su diferencia. Por lo tanto, decidió evitar una fiesta de cumpleaños y celebró su día especial en la intimidad de su hogar.
Aunque María sabía que sus amigos la aceptaban tal como era, su baja autoestima le impedía compartir su felicidad en una celebración pública. Esperaba con el tiempo ganar más confianza en sí misma y aprender a valorar su belleza única y personalidad.